Éramos tres orillas
tocadas por la misma marea,
un vaivén de tiempos rotos,
deseos que no sabían esperar.
Yo tenía un amor lejano,
perdido en una ciudad extranjera,
y a mi lado una mirada ardiente,
paciente,
que guardaba silencios como promesas.
Una noche lo dejé esperando
y en mi ausencia apareció alguien más
un cruce inevitable,
un hilo que no pude detener.
Desde entonces
viví en un vaivén de presencias:
me acercaba, me entregaba,
y también me escondía,
porque el regreso del ausente
me reclamaba como suya.
Descubrí verdades dobles,
y elegí la mía:
un refugio seguro,
aunque mi piel ardía en otra hoguera.
Dijiste quedarte con el corazón herido,
y yo callé,
como si el silencio
fuera un modo de justicia.
Hoy, después de trece inviernos,
vuelvo a ese recuerdo
con un anillo roto en la memoria,
y el valor de confesar
que no fue falta de amor,
sino miedo.
Miedo a lo incierto,
miedo a perder lo que creía firme.
Ahora lo sé:
fuiste herida y refugio,
deseo y despedida,
y aunque elegí otro camino,
tu sombra siguió latiendo
en un rincón secreto de mi verdad
-Arih