Sus ojos sobresalen
del remanso del tiempo:
apenas dos opacas gemas,
engarzadas en un rostro quebrado
por la vida que se le escapó.
Nada turba la ufana, lechosa superficie;
salvo esos dos ojos tristes,
condenados a permanecer ciegos
en el Leteo.
Desde los profundos cimientos
surgen amargos pensamientos
que, con cada movimiento,
se clavan como anzuelos a la piel,
ahogando la fe,
restando libertad.
El cambio llegará.
Pero hoy, tu cuerpo —inerte—
es ya carroña,
y su latido se pudre
bajo la tierra que lo reclama.