Un cuerpo yació en silencio consumido,
cerró su soplo al borde de la aurora,
jamás volvió del polvo desprendido,
su viaje fue final, sin nueva hora.
La voz corrió de aldea en albergue oscuro,
se multiplicó en cantos y en papeles,
la tinta dio apariencia de lo seguro,
y el eco fue tallando sus laureles.
El verbo, repetido sin fatiga,
cavó su nido en lo más vulnerable,
la mente humana, dócil y cautiva.
Y el creador confirma, no resucitó,
la fábula se hizo eterno vendaval,
y allí quedó, mentira inamovible.