¿Sabes qué gringo? ¡No nos dejamos!
Porque no nos rendimos, ni nos arrodillamos,
porque por nuestra sangre, corren los ríos,
habitan los animales y los arboles más altos de la selva,
y nuestra palabra es como piedra, es honor y lealtad.
Porque nuestro cuerpo es sagrado,
sólo manos amorosas pueden tocarlo,
el aire se desliza como si fuera un templo sagrado,
porque el frio y el calor nos habla,
porque los animales sienten afecto,
y nos reconocen como parte del territorio.
La guerra para nosotros no era guerra,
era honor, respeto y valor,
era danza y canto, magia y mito,
defensa, castigo, irreverencia, cuido,
luchar no es nuestro oficio, sino nuestra obligación.
Soy libre, pero no lo aceptas, crees tener poder sobre mí,
te molesta mi irreverencia, mi creatividad, mi aguante
mi resistencia.
Somos dignidad, hermano, ¿Si te puedo llamar hermano?
Te tengo temor, eres como Abel.
Pero ¿Sabes qué? No soy Caín.
Cuando llegaron los hermanos de otro continente,
se hicieron hermanos nuestros y compartieron nuestros pesares,
nuestro trabajo, nuestros dolores y nuestras torturas.
Ansiaban la libertad al igual que nosotros,
retumbaron los tambores, y su lucha se convirtió
en una fiesta de tambores.
Y cuando el amo, le dio por la libertad,
le dio por emanciparse de otros blancos,
nos vieron sufrir, los vieron sufrir a ellos también,
dijeron ¡Basta, y envainaron sus espadas!
Y gritaron como mujeres y las mujeres gritaron como hombres,
¡Libertad!
¡Y parieron la patria!
En la memoria persisten episodios de cañones y amenazas,
pero en la memoria está la valentía de un pueblo que no se deja.
Quisieron hollar el pueblo sagrado de la patria,
y tampoco no dejamos.
Hundieron barcos, cañonearon el puerto,
pero hasta los cocoteros de la Guaira resistieron.
¡Había dignidad!
¡Pidieron cacao!
Cuando los cañones se cansaron,
y en papeles acordaron,
no nos rendimos,
ellos cedieron,
a la palabra sagrada.
La rabia apagada resurgió como lava,
los obreros gritaron ¡Ya basta!
Y empuñaron sus herramientas como única arma,
Al son del Himno Nacional.
Por esos campos y montañas,
Corría la voz de la traición.
¡Otra vez! La historia se repetía,
los nuevos lacayos se ofrecían
para vender la patria mía,
y con pistolas, barbas y cantimploras
subieron a las montañas,
a buscar los campesinos,
la guerrilla se iniciaba.
Y rugieron como animales,
entre triunfos y traiciones,
dejando para el futuro,
historias de vida y lecciones.
Los artistas se abocaron,
a gritar la desesperanza,
la traición que socavaba,
el sacrificio de la montaña.
Pintaron las serranías,
Los ríos y los mares,
y dejaron para siempre aquella frase:
¡Y no nos dejamos!
pensantes, corrientes, y consecuentes.