No hay flor en este piano,
solo dedos que rezan lo que ya fue carne.
¿A qué demonio conjuraste
para temblar en un alma muerta?
Tu melodía no canta. Me desgarra.
Es un recuerdo que no es mío,
pero insiste.
Con el aroma de lo que nunca fue
y, sin embargo, quedo.
Esa nota —la séptima—
muerde lo que queda de alma.
Como todas las veces que, en silencio,
se tiembla lo suficiente
para no incendiar
lo que, sin fe, aún arde.
No preguntes qué cuerda se rompió.
Se afinó al dolor justo.
La nota precisa que abre lo cerrado
y besa lo que sangra.
Hubo un instante
—mínimo—
donde todo el universo cabía entre esos dedos.
Y el silencio,
ese hijo bastardo de tu última nota,
dormirá conmigo.
Eterno..