En sombras se levantan los espejos,
donde la máscara imita lo imposible,
se curvan rostros en falsos reflejos,
la carne aplaude el rito despreciable.
Salameros visten túnicas de lodo,
su verbo es miel que esconde dientes rotos,
y en la legión del eco más sombrío,
cada palabra muere sin semilla.
El aire es humo, disfraz de cenizas,
y en la raíz del mundo ya corrompe
el veneno que se llama autoengaño.
Narcisos hunden pétalos vacíos,
su brillo falso ciega voluntades,
tejen altares con ruidos vencidos,
en procesión de nombres olvidados.
El culto llora máscaras de vidrio,
se arrodilla ante ídolos sin rostro,
cada plegaria es hambre malparida
que se disfraza de noble condena.
No hay redención en templos quebradizos,
solo ceniza, humo, hierro y miedo:
un altar de cartón bajo la lluvia.
Vienen en hordas, voces sin sustancia,
oleadas negras de rumor caído,
palabras torpes, dientes de nostalgia,
en cada boca anida un parásito.
Persiguen sangre, nombres, horas muertas,
esclavos de relojes que vigilan,
aguardan turno, aguardan la desgracia,
como chacales en banquete hueco.
Se arrastran los minutos en cadenas
y en la penumbra acechan las serpientes:
el tiempo mismo se volvió enemigo.
Seudoamistades visten terciopelo,
fingen calor con garras escondidas,
sus risas son cuchillos en el pecho
y sus abrazos, cárcel de rutina.
Cada palabra es vino adulterado,
cada promesa, pólvora en cenizas.
Las máscaras se cambian en la danza,
ningún rostro perdura en la mentira.
No existe pacto salvo la traición,
no existe senda salvo la perfidia:
es teatro donde sangra la confianza.
El que ha perdido el rostro ya no existe,
camina en círculos, vacío, roto,
su voz no canta, su sombra no persiste,
un eco débil lo suplanta todo.
Busca aprobación como mendigo,
entrega carne por migajas muertas,
y en ese trueque vende hasta su aliento,
hasta olvidar la esencia que lo habita.
Su espejo está vacío de sí mismo,
y en esa nada se convierte en sombra:
una estatua sin nombre en el abismo.
Mil nombres surgen, máscaras que cambian,
legiones vastas de espejismos mudos,
desfilan bajo un cielo que se quiebra
y el polvo cubre el paso de los necios.
El grito es coro, el coro es ruido torpe,
la multitud es cárcel que devora.
Todo se vuelve máscara y engaño,
todo se quiebra en danza sin sentido.
El río arrastra huesos confundidos
y al fin se sabe: la mentira reina
cuando la multitud clama por dueño.
Al fondo yace el pozo de los hombres,
maldecidos de tiempo y de memoria,
donde el silencio lame sus raíces
y el odio bebe sangre de su vientre.
Allí no hay luz, ni identidad, ni nombre,
solo reflejos ardiendo en lo imposible,
falsos altares, máscaras quebradas,
rostros que se devoran entre sombras.
El eco ruge, la condena canta,
y en el abismo eterno se repite:
toda mentira siempre cae en el pozo.