La vez que fuiste luminosa cumbre
en aquel pedestal de blanca cera,
creístete inmortal, mas la postrera
negrura te ciñió su pesadumbre.
Hundiose la materia en mansedumbre,
y la mecha, yaciendo ya a la vera
de su gastada roca, así quisiera
volver a arder, fogosa en su costumbre.
Por tantas veces el fulgor llamado
de la vida, que por su aclamación
otras tantas de nuevo va y se muere.
Oscuro epílogo de aquel legado,
ansí nos lo recuerda el corazón:
todo se gasta y pierde si viviere.