Es un hecho,
un dato irrevocable.
Estás ahí,
no en las paredes,
sino en los cimientos de mi memoria.
Te has vuelto una costumbre,
casi un instinto simple
que no pide permiso
ni se molesta en dar explicaciones.
Y yo, qué voy a hacerle,
me dejo ir nomás,
dócil y sin preguntas
como un barco modesto
que de pronto descubre
que vos sos a la vez
el viento y la vela.
A veces creo que olvido
algún detalle,
una advertencia,
la letra chica de este sentimiento.
Pero en el juego absurdo
de las probabilidades,
este instinto de vos,
este instinto de nosotros,
es lo único que apuesto
a que sobrevive.
Porque este amor, sabés,
este amor nuestro,
es menos un festejo que una trinchera.
Es el sacrificio de hoy
por la terca,
obstinada
y necesaria
esperanza de un mañana.