Hoy escribo, quizás ya demasiado tarde,
para decir que he roto mis certezas,
que el orgullo en mi frente fue estandarte
de un reino sin piedad ni fortalezas.
Creí ser diferente, adelantado,
un sabio que no escucha ni se entrega;
miraba la verdad desde otro lado
como quien ve la fe tras la refriega.
No vi lo evidente, no supe el camino,
fui necio en mi trono de aire y humo;
hoy pido a mi sombra y a mi destino
que absuelvan la soberbia en que me consumo.
Le hablo a un ateo y a mi propio pecho,
susurro al pasado con voz cansada:
—Erré en lo esencial, callé lo más hecho,
y ahora en papel confieso la emboscada—.
No busco perdón, ni milagro en la herida,
sólo nombrar la culpa, dejarla al viento;
que sepan los días de mi nueva vida
que un hombre cambió en su remordimiento.