LA TIBURCIA
Le llamaban La Tiburcia, sin saber su verdad,
no por rudeza o hierro, sino por su voluntad.
En la celda sin nombre, donde el grito era un crimen,
ella tejía silencio con la voz de los que viven.
La vendaron los ojos, la ataron de pies y manos,
pero su alma iba suelta, cruzando muros y charcos.
Mientras el suero ardía, mientras la piel dolía,
ella pensaba en justicia, y en la patria que quería.
Le dijeron que hablara, que vendiera su fe,
que entregara a los suyos, que negase su porqué.
Pero La Tiburcia firme, con la frente hacia la historia,
les clavó con la mirada la semilla de la memoria.
Sus verdugos la golpeaban, buscando doblegar su ser,
y ella, como piedra antigua, resistía sin ceder.
Porque su cuerpo era débil, sí, temblaba de dolor,
pero su espíritu erguido no conocía el temor.
Siete meses de tinieblas, siete lunas sin hablar,
y aún así, su voz interna no dejaba de gritar.
\"¡No me quiten lo que soy! ¡No me borren con tortura!
Soy el rostro de los pueblos que en la cárcel tienen cura.\"
Hoy su nombre resplandece como antorcha en el umbral,
Ana Guadalupe vive donde hay lucha y hay moral.
Y La Tiburcia no muere, aunque la quieran callar:
ella escribe con su cuerpo la victoria sin fusil, sin militar.
Porque el alma de una patria no se encierra ni se hunde,
vive en cada testimonio, en la memoria que abunde.
Y cuando digas su nombre, dilo con claridad:
\"La Tiburcia fue mujer y fue más que dignidad.\"
Roberto D. Yoro
Olanchito, Honduras C.A.