«Aquellos a quien ama le miran con recelo
o bien se desazonan con su tranquilidad
buscando la manera de causarle algún duelo
y hacer en él la prueba de su ferocidad.»
(Baudelaire)
(Discrepante)
A veces me pregunto de qué vale
poner tanta pasión en la poesía;
si es melodía que del alma sale
o porqué no decirlo, porquería.
(lamento)
Escribir, dice al amigo.
Oh! La palabra, el gran milagro
en la barra de un burdel
¿Qué quiere usted,
una pista?
¿O mejor, morir un rato?
Lo siento; aquí es un todo o nada:
no hay trato.
(Discrepante)
Por si acaso, crearé un autorretrato
y lo vendo por pingües beneficios.
Con el vulgar lirismo haré contrato:
seré predicador en los fornicios.
(lamento)
Es así que me deshago al hablar
y me desdigo en un momento.
Fíjate, un limbo filosofal,
por ejemplo:
acerco mis manos a las puertas del infierno
y son de hierro y están frías (absurdo oxímoron).
Luego me giro a un cielo y encuentro el vacío
carente de celestes ni luces ni estrellas,
silente de melodías ni cánticos gregorianos.
Prosaico.-
¿TEATRO?
BENAMIDES (saliendo expuesto al centro de la plaza. Sobreactúa en ademanes):
¡Paremos esta insensata trifulca!
¡Cesemos tan sangrienta algarabía!
Pues es el odio lo que el odio inculca.
Démosle velo de luto a este día;
guardemos por una semana duelo
desta desgracia que no merecía.
(el sargento toma confianza en locuacidad
al ver al vulgo obedeciendo).
Pasado este tiempo y sin desconsuelo,
reunido todo el pueblo en parlamento,
en nombre de la patria que regento,
dichas por los reyes que la dirigen,
con la viuda en heredad de su suelo.
(los soldados, mientras, se prestan
a socorrer a los heridos y los campesinos que,
convencidos a medias, hacen lo propio con los suyos.
Salen todos, cada cual por uno lado u otro del escenario,
salvo Benamides, que permanece en el lugar. Entra
Dña Mercedes, que se le acerca: dialogan en voz baja).
BENAMIDES (fanfarronea):
Ya le dije que era fácil
llevar ganado al redil.
DÑA. MERCEDES:
Al oscuro, Benamides
y en mi lecho amores mil:
del muerto daremos cuenta
mañana al atardecer;
cada cual vele a los suyos
como han de merecer.
«...y amanecí al tercer día
en el psiquiátrico:
absurdo invento\"
(Roberto Iniesta)