Aysel Teheran

Te veo y se me aguan los ojos

Te vi dentro del ataúd, con la cara tranquila,
y no porque fueras feliz, sino porque ya no dolías.
La ropa limpia, el pecho quieto,
pero yo, que vengo del tiempo donde prometimos aguantar,
me rompí al ver lo que quedó de ti:
un cuerpo en paz, luego de tanta guerra sin balas.

Fuiste yo. Lo supe en tus cicatrices viejas,
en los nudillos marcados de apretar la rabia,
en los ojos cerrados como puertas vencidas.
Aguantaste más de lo que cualquiera debería,
hiciste chistes para no llorar,
te tragaste las burlas de quienes juraban ser amigos.

Nadie supo lo que costaba sonreír con miedo,
nadie escuchó las noches donde no dormías,
ni las veces que dijiste \"estoy bien\", sabiendo que no.
Te empujaron al fondo y dijiste que sabías nadar,
pero los ruidos de afuera se hicieron más fuertes,
y el agua terminó por taparte.

Estoy aquí, frente a ti, sin poder salvarte,
sin poder gritarle al mundo que no te merecía.
Me prometí que algún día todo cambiaría,
que el dolor dejaría de tener tu nombre.
Pero el tiempo no cura: solo maquilla.
Y yo llegué tarde a la batalla que perdiste solo.

No fue el destino, fue gente con nombres y caras.
Te mataron de a poco, con palabras disfrazadas,
con manos que fingieron cariño mientras apretaban fuerte.
Yo no creo en el karma, ni en la justicia poética:
vi a los buenos caer,
y a los peores brindar.

Te veo y se me aguan los ojos.
Tus amigos son unos traicioneros,
y no solo a los malos les pasan cosas malas.
Si algún día lees estos versos,
sabrás que los escribí
pensando en ellos