Tumbados bajo un manto de tilos y acacias,
donde el paraíso era la esmeralda extensión.
Nos acunaba el viento en dulces cadencias,
mientras abrazaban sábanas de esperanza pasión.
El rocío de aspersores, llovía en el aire,
y en ese velo de agua, tu cuerpo y el mío.
Entrelazadas las piernas, sin importarnos el qué dirán
el canto del ruiseñor, testigo de nuestro idilio.
Los secretos del alma, hechos carne y aliento,
en una danza muda de piel y sensaciones.
Y la tierra que nos sostiene, sintió nuestro momento,
en un jardín de vida, amor y concesiones.