Una voz

Desobedecer y elegir, el adios de la inocencia.

 

 

Hermosos prados blancos
me recuerdan a la infancia,
se codiciaban escarabajos,
o las luciérnagas pomposas
se derretían como velas.
Piel humectada de inocencia.

El reloj no se detuvo nunca,
su azote hiel al lomo de ternura.
Aprendiste tu solo, sin ayuda,
a mentirle al universo entero,
empezando por ti mismo.

Tu boca...ese instrumento del beso,
oírla es escuchar en caracoles,
la marea negra de discordia y mentira.
En esas aguas naciste raptado,
de la madre que feliz te amamantaba,
envolviéndote en amor tejido de sol.

El sufrimiento no era distante,
al amparo del siniestro bosque
entre sombras de injusticia,
no hay que vivir para ser hombres,
si le roban al niño su sonrisa
conociendo el matemático enigma,
de elegir el sufrimiento mismo.

¿Acaso el cielo te deseaba infortunio?
¿Ríen los ángeles si lloras?
¿En el trono celestial hay gozo...si sufres?

Tres veces no, dicen las voces en lo alto,
que rugen desde el trono del gran Señor.

Eso nunca Hijo mío, para ti he preparado,
un camino de flores y el perfume de la paz.
El porvenir gravita ante tus ojos,
como si el amor desplomara un ave,
la cual cayera levemente...ante ti...

Si el mal existe, igual el bien,
pero la bondad ya remaba
antes que la malicia,
antes que el antiguo ayer,
se desquebrajara en ruinas,
por la libertad de elegir la esclavitud.