Rafael Medina

Noche de silencio

Hoy el silencio fue absoluto, no escuché pasos, ni susurros, ni el roce del aire sobre la piel; solo un vacío que me atravesaba como un cuchillo helado. Miré hacia el espejo y vi que la figura reflejada no parpadeaba, y que mis ojos estaban llenos de un líquido negro que se filtraba hacia fuera, manchando la superficie.

 

Intenté salir, pero las puertas se derritieron frente a mí, transformándose en paredes de carne que palpitan con cada latido de mi corazón. Me senté en el suelo, y sentí cómo algo crecía en mis rodillas, algo que parecía respirar con hambre propia, enseñándome que el miedo no es un sentimiento: es un huésped que se instala para siempre.

 

La luna se había desvanecido; solo quedaba un espacio abierto, un ojo oscuro que todo lo observa y que sabe, mejor que yo, que no habrá regreso.