Hay momentos en que nace la inspiración de manera espontánea. Inevitable. Y la tonta feminista mayor del reino concubina de un degenerado nunca será beneficiaria de un momento así.
Por poner ejemplos, yo salía de un chino, hacía un calor insoportable y una mujer (por llamarla de alguna manera) estaba pasando por las estanterías comprando objetos se supone de erotismo (en serio? en un chino? soy canario; estoy criado en el carnaval; con qué me quieres impresionar?) y le dije me voy fuera, te espero en la terraza tomando un cerveza. Justo al salir por la puerta, Oh! Pedazo de niña hermosa. Una chica negra africana color café con leche; no pude por menos que decirle (me salió del alma): Bua! Pero qué bonita eres. Ella me miró encantada, yo no tengo capacidad para ver cuando una muchacha de ese color de piel se ruboriza, pero sí vi que de repente se irguió y creció al menos dos centímetros y su color apagado por arte de magia se iluminó; estaba necesitada de que alguien se lo dijera. Ay, muchas gracias, me respondió, con mirada alegre y con una sonrisa que me derritió el corazón. En la misma calle por una acera y por la otra venían una señora, y un señoro y ambos me miraron como si hubiera cometido un delito. Vayan a la mierda, les miré, porque la muchacha no se sintió incómoda, sino al contrario merecidamente halagada. (sí, hechi, he repetido mucho “miradas”, pero es que todo fue un instante fugaz de miradas).
Hace un tiempo (bueno, unos meses, cuando mi musa Fátima Zahara aún no estaba) , la rubita del supermercado estaba reponiendo subida en esos cubos con ruedines, y es muy linda, así que me quedé detrás observando como alzaba su culito respingón, se ponía de puntillas y me recreaba en sus tobillos, en sus artes de de funambulista, como quien va al museo y observa todos los detalles de una obra de arte. Casi diez minutos estuve satireándola con todo el descaro mientras las señoras haciendo la compra pasaban y me miraban con cara de censura… váyase a la mierda, señora, (de nuevo mensajes por miradas) qué más quisiera usted que alguien la mire así. Al rato se percató de que estaba detrás de ella y me pregunta que si necesito algo de esa estantería. No, es que me preocupas, estoy aquí pendiente por si te caes para “recogerte” antes de que te des un golpe. Me soltó una carcajada y ya seguí mi camino. Tiene un bebé. Cada vez que nos cruzamos por la calle, ella con su carrito, me llena de sonrisas.
Voy a la floristería y me siento en una terraza, una hermosa camarera en el día de la mujer trabajadora: qué bonitos ramos. Sí, son para las chicas de la farmacia para felicitarlas. Ay, que suerte, yo no tengo a nadie que me regale. Me vuelvo a la floristería, pido una rosa con algo de verde, regreso a la mesa y le pido un boli y un papel de notas y le escribo un poema improvisado, y al pagar la cuenta le doy la rosa y el poema. Se quedó encantada.
El otro día, vino una vecina a mi taller (no piensen mal de la vecina; está casada y me llevo muy bien con su marido) porque al piso de abajo estaban intentando okuparlo unos moros, así que salí. Me puse bajo el balcón esperando que llegue la policía para evitar el asalto (y me importa un pito porque el piso no es mío, pero he tenido vecinos okupas y son un incordio y no respetan las más mínimas normas de convivencia, y yo no pago un alquiler para que ningún maleducado de gratis me haga la vida imposible). El caso es que estaba allí de brazos cruzados y cara de pocos amigos cuando una muchacha, oh! negra, negra auténtica, no chocolate con leche sino chocolate negro (y, de verdad es que las chicas negras cuando son bonitas, lo siento por el resto de las mujeres del mundo, rompen moldes), me salí de mi modo vigilante y le espeté; me salió del alma: viva áfrica. La muchacha se dio la vuelta, me miró seria y casi con enfado; retadora: qué me has dicho? yo la miré sin miedo, lo entendí al momento, ella pensó que le había hecho un insulto como “vete a áfrica” o algo así. Por lo que aproveché para decírselo de frente, le hice un recorrido, puse mi cara de predador, me mordí el labio inferior y le repetí: viva áfrica. De repente cambió la cara de enfadada a agraciada, soltó una risa simpática y se fue con un grácil contoneo doblando la esquina.
Y si esto es delito, porque lo legisló una cualquiera amancebada, me declaro culpable.