Los versos no me visten;
crujen, arden,
son arañas.
El viento
—una daga—
me desnuda
sin tocarme.
Cada grieta
vive en cal y hueso;
el oxígeno pesa
igual que rojo hierro.
Todo final
busca su nombre.
Si tú preguntas
“¿Qué pasa?”
no escribo:
soy
palabra.