El hombre camina entre sombras,
cree conocer el sendero,
pero sus pasos tropiezan
con muros invisibles
que él mismo levantó.
Busca respuestas en los cielos,
pero ignora el abismo de sí mismo.
Construye templos de certeza,
cuando su esencia es duda,
cuando su verdad es silencio.
Sabe nombrar las estrellas,
pero no conoce el brillo
que arde en su propia alma.
Sabe medir la tierra,
pero desconoce
la raíz de su origen.
La ignorancia no es su enemiga,
es la cuna de su soberbia,
el espejo roto donde mira
y confunde su reflejo
con la verdad eterna.
El hombre es un niño eterno:
se cree sabio por tener palabras,
y no entiende que el universo
le habla en un idioma
que
nunca aprenderá por completo.
Théon Leviadis