Para ti, mi Dunia, luz celestial,
este amor es más que un simple cantar;
es eco eterno que nunca se esfumó,
es historia viva que no ha de acabar.
Hoy te entrego mi alma sin condición,
y anhelo fundir tu ser con mi ser,
bajo el manto azul de la noche en calma,
el universo escucha y nos hace renacer.
Tus ojos, Dunia, son mi único rumbo,
espejos donde me encuentro y me pierdo,
si en ellos no suena la dulce canción
de nuestro amor sagrado y eterno credo.
Bebo el néctar de tus labios, pasión,
verso prohibido que el viento susurra,
vida que enciendes con ardiente razón,
pluma y fuego que mi ser captura.
Anhelo tu piel en el frío invierno,
que mi abrazo encienda tu primavera,
rompa el hielo que hoy nos separa,
y en tu alma florezca la primavera entera.
Tu esencia vibra al borde de mi lecho,
descubierta por mi lenta mirada,
y al roce sutil de mi mano amante,
la tela cede y se vuelve piel deseada.
Llévame a aquel refugio encantado,
donde la noche es lienzo y pasión,
mis ojos invitan el fuego sagrado
de besos que arden como bendición.
Entre tus brazos de acero me pierdo,
muere el alma para nacer en ti,
cada presión es un redescubrimiento,
renazco en el fuego que somos tú y yo aquí.
Habítame, Dunia, en tu pensamiento,
sin ti me alejo a una cruel eternidad,
aunque toques mi piel, me invade el tiempo
si más no habitas en mi realidad.
Juremos ser el amor que el destino
anhela, sin medida ni temor,
amémonos profundo, sin camino,
hasta que esta tierra sea nuestro ardor.
Si esta noche el tiempo nos separa,
que nuestras manos sean luz sin final,
guíen hacia la eternidad sagrada,
donde nuestro amor será celestial.
Este amor es un fuego sin frontera,
ardiente llama que el bolero no pudo hallar,
seremos uno, en danza verdadera,
Edgar y Dunia, principio y final.