Maldita la culpa no confesa.
Maldito el miedo no resuelto.
Y maldita la rabia
que en mi interior,
como hierro ardiendo, siento.
Malditos los reproches sin argumentos,
Malditos los afilados dedos
que se clavan hasta el alma.
Maldita la angustia
que estrangula la alegría
con manos impasibles.
Maldita la sinfonía de mis temores:
ahora
se escucha en todos los rincones.
Y maldita la vergüenza
que no deja cabeza con lengua.
¿Ya no puedo sentir emociones;
o lo maldito juega con mis acciones?