A veces me amo,
como quien acaricia un río claro
y se sumerge en sus propias aguas
para recordar que aún sabe brillar.
Otras veces me odio,
me miro con ojos de enemigo,
me juzgo, me hiero,
como si olvidara que sigo de pie
después de tantas tormentas.
Soy mi refugio y mi guerra,
mi abrazo y mi puñal,
la calma que me arrulla
y la voz que me condena.
Y sin embargo,
en este vaivén de amor y rabia,
descubro que soy humano:
un corazón que sangra
pero también florece,
un alma partida
que siempre busca volver a ser entera.
Porque odiarme me enseña
dónde debo sanar,
y amarme me recuerda
que, pese a todo,
sigo siendo digno de mí.