Hay una lista de espera,
interminable y absurda
de momentos que aguardo
mientras cuentos tus pasos
como quien mata el tiempo
contando los segundos
que le sobran.
Un roce entre el abismo
estrecho de las mesas,
un quizá, un por si acaso,
un lugar disponible
en tu mirada distraída.
Y en este pueblo chiquito
y entre estas sillas y mesas
que nos habitan,
acá estoy yo
sin demasiada codicia,
conformándome a ratos
con la duda o la esperanza
de que este amor, testarudo,
pueda iluminar,
o al menos ser un destello.
No pido tanto.
Apenas existir a unas mesas de distancia
de donde tu apuro me ignora,
ser algo más que el murmullo de fondo,
una certeza en tu periferia.
Pero qué le vamos a hacer,
si hasta las moscas, con su torpeza,
saben encontrar su flor
y hacerse notar
aunque sea por un instante
fastidiosamente vivas.