Persigo sombras dentro de mi mente,
las huellas son las mías, lo comprendo,
me miro en el cristal y me sorprendo:
soy juez y soy verdugo eternamente,
soy voz que acusa y rostro que desmiento.
En cada gesto nace mi sospecha,
la duda me devora sin consuelo,
me invento un enemigo en cada cielo,
la guerra es mía, la herida me cosecha,
mi propia sangre empapa mi desvelo.
¿Quién acecha en la noche? Yo me nombro.
¿Quién clava en mi costado la ironía?
Es mi reflejo quien me desafía,
mi sombra es cárcel, mi verdad es escombro,
y en mí se hunde mi melancolía.
Camino en laberintos inventados,
y el eco me responde con desprecio,
me ataca el miedo en su disfraz de necio,
soy reo y carcelero en mis pecados,
soy mismo infierno en propio sacrificio.
Si huyo de mí, me sigo y me condeno,
si busco paz, la arranco con mis manos;
soy doble faz, verdugo y soberano,
enemigo mortal de mi terreno,
el hombre lucha en sí… contra sí humano.