Mi nombre es daki. Y nada más. Esa es toda mi identidad y relación con este mundo.
En realidad, ese no es mi nombre. El nombre que me dio mi madre fueron las únicas palabras que se le escuchó pronunciar — y es que gran parte de mi biografía se la transmitían entre las matronas como anécdota recurrente entretanto realizaban sus labores y me quedó grabada en la memoria cual letanías— . Eso sí: en un perfecto castellano con deje indefinido. Aunque, por el mensaje, podría haber sido de cualquier lugar; incluso alienígena. Cuando le preguntaron sobre cómo se iba a llamar «la criatura» — aún no eran capaces de anunciarles mi sino—, con voz engallitada ella respondió con un lacónico «yo no soy de aquí». Y las enfermeras, fieles a la voluntad materna y aplicando su criterio, anotaron «yonosoydaki» junto a la huella de media planta de mi pie; puesto que mi pie, como el resto de mi cuerpo, llegó a este mundo ya bien entrado en el desarrollo y no se adaptaba al impreso estándar de huellar a los recién nacidos.
Para el caso, eso tampoco tuvo tanta importancia. No había peligro de que me confundieran con otro bebé de la maternidad. Y es que, mis características físicas fueron otra peculiaridad de lo que constituyó el fenómeno de mi nacimiento, por lo cual, no me extraña que mi progenitora no se quedara a celebrar tan extraordinario acontecimiento. Cuando, después de coserle el vientre —dato aún por aclarar— el cirujano dejó unos minutos a solas a la paciente, al regresar, se había «volatilizado».
De esta forma, consta en las hemerotecas que relató el doctor Anestesio Marcopasos el suceso. Supo sacarle partido a la situación envolviendo en un hálito de misterio los pormenores de la «la extracción de la criatura». Al cabo decía que no era capaz de asegurar si era el vientre de mi madre propiamente dicho lo que había diseccionado o la membrana de una bolsa marsupial. Y a cada entrevista en programas televisivos o publicaciones sobre hechos paranormales añadía algún nuevo dato sensacionalista dando a la historia un giro hacia lo inexplicable. Cuando ya, por manifiesta exageración imaginativa, comenzó a perder credibilidad, no pudo soportar la caída en el anonimato y nuevamente comenzó a predicar que «la amantísima madre» había depositado en él una responsabilidad: una revelación que cambiaría el destino fatal de la humanidad y ésta se daría a conocer cuando «la criatura divina» alcanzara la madurez. Que en ese proceso experimentaría una metamorfósica transformación y se convertiría en el supremo saber conocedor de lo absoluto. Y que él fue designado con el honor de velar por «la criatura divina» y rendir mientras tanto debido culto en la forma en que fue instruído por «la sacra madre» antes de que efectuara «la milagrosa esfumación». A más, creyéndose dotado de plenos poderes solicitó legalmente mi custodia, atribuyéndose para ello la función de padre putativo por disposición celestial. Así como que lo hizo y no sólo le fue denegada sino que desde el mismo tribunal, a pesar de su empecinada resistencia y las protestas y disturbios causados por sus adeptos, se ordenó su ingreso en un centro de restucturación intelectiva.
Por otra parte…
(continuará)