Consuelo y Discordia
Consuelo y Discordia, gemelos sin raíces,
uno sorbía polvo, el otro huesos grises.
No había senda alguna, solo un nudo fatal,
dos sombras encadenadas en silencio sepulcral.
En sus manos reinaba la quietud de la herida,
en sus pechos ardía la certeza podrida:
que toda morada —palacio o pocilga—
es tumba que devora, atadura y estigma.
Consuelo y Discordia, nacidos sin camino,
uno bebía lodo, el otro hueso fino.
Cayeron en la sombra del mismo amanecer,
condena compartida que no quiso escoger.
Así fue dictado en la noche del mal:
que todo refugio, de piedra o de sal,
no es sino cruel sepulcro disfrazado de amor,
pues donde nace el hombre ya camina su error.