El hilo
de Wcelogan
Quiero serte fiel,
pero la fidelidad no es muro ni fortaleza:
es un hilo delgado, tenso,
que recorre la piel
y se enreda en los huesos;
un filo que cruza la mente, vibrante, eléctrico,
esa viajera obstinada
que abre puertas a voces ajenas,
a paisajes que sangran nostalgia,
a espejos rotos donde no me reconozco.
No es el cuerpo el que traiciona,
sino la mente:
un río que arrastra recuerdos,
polvo de memorias suspendido en el aire,
polizón que araña la claridad.
Cada pensamiento tensa el hilo
como un dedo invisible que lo estira;
siento su vibrar bajo la piel,
amenazando con romperse
en el silencio de mis dudas.
Mi lealtad vive en tus ojos,
refugio donde todo se aquieta,
como el primer sol de verano sobre la piel despierta.
Pero dentro, la batalla no cede:
el corazón es roca firme,
la mente, mar que rompe y forja espejismos,
un oleaje que muerde,
arrastrándome a aguas donde la certeza se diluye.
Duele la contradicción,
porque sé que lo único cierto es volver a ti,
como el viento a la hoja caída,
como el río que insiste en su orilla,
sorteando corrientes y remolinos.
La fidelidad no es cárcel de pensamientos;
es el arte de dejarlos volar
sabiendo que regresarán:
aves que cortan el cielo,
que vuelan lejos y vuelven,
rozando el hilo de mi cuerpo y mi mente,
bañadas en luz que quema y acaricia.
Y yo regreso,
aunque el hilo cruja,
aunque la brisa susurre nostalgias
que me atraviesan como agujas,
aunque mis sombras inventen grietas.
Vuelvo siempre a tu orilla:
entero, rendido, transparente,
fiel a lo que resiste,
a lo que sostiene,
a lo que nos nombra;
el regreso constante,
la insistencia eterna,
lo que elegimos ser
con cada vibración del hilo.