Me voy con mis cosas,
simples para el olvido
y livianas en el póstumo equipaje.
No me abruma
-como a Borges-
el peso incesante
de los griegos, los laberintos,
los tigres o las etimologías.
Simple y, presuntuoso quizá,
comparto con él la certeza
del paso silencioso del tiempo
y la callada presencia de la parsimoniosa muerte
que me trabaja en las lentas tardes.
Liviano mi fardo
y en él un verso certero,
la inocente luz de diciembre,
una secreta lluvia de noviembre,
el luminoso perfume de mayo,
la risa infantil de mis hijos
y la borrosa imagen de mis padres
que en algún secreto lugar
acaso me aguardan.