En el café de la mañana,
sus piernas: canela mojada.
La ciudad cerrada como un párpado,
presiento una emboscada.
Mi corazón en vilo,
liviano de equipaje,
y un instante
con tiempo de una década.
Un enjambre de estrellas,
una luna de hierbabuena.
Entré a su piel como a una marea
y me quedé toda la vida en esa tarde:
el tiempo, una rayuela
donde salta un temblor
entre dos corazones.
Una ausencia se aleja de nosotros
y toda la noche
se une en nuestros labios.