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De ataúdes está lleno el cuarto de los deseos

De ataúdes está lleno el cuarto de los deseos

 Leonardo Gutiérrez Berdejo

 

Marcha con el Trident MK2 al hombro;

acerados los puños, la mente y la vista,

el sudor en la espalda corre por el morral cargado

de balas inteligentes; sus alforjas se agitan

por las granadas camufladas que en la noche guardó.

Lejos de su corazón y de sus ojos están

el lenguaje de los sentimientos,

el olor de la cereza púrpura y el del anís que dora la tisana.

 

Atrás han de quedar la ternura de los hijos,

el abrazo de la mujer encinta,

los sollozos de la tierna madre que, con tristeza, 

suspira cuando ve la corteza de los limones en el suelo. 

El olor a cebolla la envuelve; 

gime con el aceite añejo que se derramó sobre las tostadas

y en el pan a medio morder.

Resisten los amigos y las cervezas a medio apurar,

servidas en las mesas en donde sonaron

las fichas de dominó del juego de anoche;

¿en dónde dormirá y despertará?,

¿acaso, hace falta?, responde él con altanera sonrisa.

 

Su cuaderno extiende la extensa lista de “casos exitosos”:

Franklin, Gandi, Allende, Kennedy, Gaitán, Pardo, Antequera,

Arafat, Hussein, Moisse. También Patrice Lumumba y miles N.N.

que nadie identificó.

Se cree un soldado de fortuna;

la insignia de militar privado va en su bolsillo

Casi siempre alcohol, droga, pastillas para dormir;

Mad Mike, Lee Harvey Oswald, Yair Klein en la pared,

Gansos salvajes en la teve. 

 

En la lista de deseos, Academi Blackwater y Mercenarios suizos;

tres libros adornan un estante hecho de tablas sobre ladrillos:

“Mercenary”, The Road to Kalamata” y “The Seychelles Affair”, no más,

Otros no importan. Las páginas de La Vorágine no están,

las arrancó para envolver la marihuana que el Mayor dejó.

Orgulloso marcha a la orden de un general que habla otro idioma

al compás de otros que como él aspiran a recibir denarios, oro o verdes,

urge más saciar las ansias de apretar el gatillo.

 

Es lo de hoy, partir a otras tierras que no son su patria,

ver caer a quienes no entienden su lengua

escuchar gritos de socorro que jamás entenderá

pisotear trincheras que gimen de lamentos,

rebasar el horizonte de la impiedad.   

La patria no existe, tampoco la fe; alguien pregunta:

¿Volverán, acaso, los gorriones de la mañana a posarse sobre

tus ágiles piernas?; ¿escucharás el susurro sobre tus hombros de acero?;

¿mimarás las lágrimas derramadas por tu madre?

¿Volverás? De ataúdes está lleno el cuarto de los deseos.