LA NIÑA INGEBORG
Pasó el tiempo y la niña Ingeborg
se convirtió en la adolescente Ingeborg,
de una naturaleza muy distinta
aunque con algún rasgo todavía idéntico,
y luego en la señorita Ingeborg. Pero
la adulta Ingeborg mantenía además
recuerdos muy firmes sobre la niña Ingeborg,
de cuando iba a buscar a su padre al trabajo:
se recordaba a sí misma
con la misma curiosidad
de cuando observaba con gran interés cómo se elaboraban
los productos que luego su padre vendía
como representante oficial de la empresa,
el constante y meticuloso trabajo de los operarios,
cada paso que daban en la cadena de montaje
con extraordinario amor propio y precisión.
Y un poco tiempo después, la señora Ingeborg
contrajo una enfermedad grave, muy grave,
y el nuevo estado en el que se encontraba
le llamó la atención de manera particular, le pareció curioso
en extremo, e, igual que hacía la niña Ingeborg,
se puso a curiosear con interés
sobre el conjunto de los síntomas, de los detalles y de las variantes
que arrastra una enfermedad tan peligrosa,
tanto que la podía conducir a un fatal desenlace
con más tiempo.
Gaspar Jover Polo