William26🫶

Crepúsculo Cotidiano

Crepúsculo cotidiano

por Wcelogan

 

Era un día, solo uno más,
pero la habitación respiraba
con un hálito propio, secreto, inmenso.

Las hojas sobre la mesa, temblorosas,
curvaban su silencio,
reacias a ser cuna de versos.
La tinta, entre mis dedos, se reía:
un líquido burlón, insolente.

Las palabras se escabullían,
recordándome que nada puede atraparse,
que nada puede ser contenido.
¡Oh, qué dulce la rabia, qué cruel la frustración!

Los muebles, alargados, postrados,
exhalaban siglos de quietud y de olvido.
La silla frente al ventanal se recogía en sí misma,
melancólica,
como quien se protege de un mundo que no lo comprende.

La mesa, con vetas oscuras y hondas,
murmuraba historias de poetas muertos,
de escritores que soñaron como yo,
atrapados en su tiempo detenido.

Las cortinas se mecían suavemente,
inventando lenguas secretas
que solo un alma fatigada podía oír.
Cada pliegue: un conjuro,
un murmullo de lo imposible,
un suspiro de lo inalcanzable.

La luz, un baño de polvo áureo,
caía como un crepúsculo perpetuo
sobre el suelo, los muebles, los papeles,
y hasta mi sombra.

Todo danzaba un ritmo invisible,
un vals secreto entre el ser y la ausencia,
entre la rutina y el sortilegio.

Aquí, la quietud no era ausencia, sino océano,
donde cada objeto flotaba, respiraba, me observaba.

Pero un estruendo.
Un golpe violento en la puerta.

La realidad irrumpió,
densa de polvo,
olor a pan rancio,
ecos de la calle.

Me asaltaron como espectros:
el tedio, la verdad desnuda,
la cárcel de los días.
Cada mueble, cada hoja vacía,
me recordaba mi fracaso.
Cada sombra,
el peso de mis intentos inútiles.

El aire se volvió látigo.
La quietud que antes encantaba
ahora me oprimía.

Y aun así...

Incluso en esta prisión
brillaban destellos de éxtasis.
Un rayo de sol tocó la mesa.
El aroma de papel antiguo me embriagó.
La rutina se transfiguró por un instante.

El fracaso de los versos no era derrota,
sino señal de que algo aún podía nacer.

Cerré los ojos. Respiré hondo.
No abrí la puerta.
Dejé que el golpe se fundiera en lejanía,
y entonces, la habitación me sorbió.

Porque en este día cualquiera,
en este cuarto anodino,
latía la eternidad más íntima.

Un mundo detenido, palpitante, secreto.
Un mundo que respiraba en mí.

Mi alma vagaba entre cárcel y maravilla,
entre peso y libertad,
aunque solo fuera por un minuto,
un instante eterno,
un crepúsculo que no termina.