Le dije a mi señora, doña Mar,
que si en dolor y en corazón herido
precise el bien de su jovial vestido
encima de sus penas sobre amar.
Y viendo su amargura y malestar,
que a mal debió de haberse conocido,
sostuve su collar y su gemido
por todo el tiempo en que la vi llorar.
Posada en mi rodilla, lacrimosa,
me dijo que sentía ser la sierva
de todo bajo mundo y la penumbra.
Y espera que mi verso a bien la alumbra,
por bello idioma que a la fiera enerva
y al mal del interior, mientras reposa.