Elizabeth Maldonado Manzanero

Mil y un silencios

Sosegué tanto el silencio

que no hay recuerdo del timbre de mi voz.

Ni el peso de tus dedos sobre mi espalda,

ni la forma en que renombrabas

la madrugada hecha piel.

 

No hay cuentos,

ni sábanas extendidas como mapas,

no hay promesas detenidas

en el umbral de tu boca.

Hay, mil y un silencios

con los que intento escribirte

sin papel ni tinta.

 

A veces,

el cuerpo se acomoda

en la misma postura en que solías mirarme.

Y me invento de nuevo,

para ti.

Para un tú que no retorna.

 

He bordado tu ausencia

como nombre secreto

en el reverso de mis costillas,

y cada noche que no vuelves

me petrifica en la espera.

 

Dicen que Sherezada calló

cuando ya no tuvo miedo de morir.

Yo callo ahora

porque ya no temo perderte.

Te he perdido tantas veces...

 

Y sin embargo,

sigo viva, en este conjuro de madrugadas,

susurrándote al oído

mil y un silencios

para que algún día,

sin saber por qué,

sientas

que aún cuento historias en tu piel.