Mi tristeza amarga está hecha de partículas de su alma; de recuerdos banales, del perfume en mi almohada, y la silueta intacta que, como llama, aún tiembla en la seda blanca de mis sábanas.
Lleva un par de diamantes en sus ojos: miel penetrante, mirada almendrada. Su rostro se alza en mi cielo encantado, bajo un rey Sol que lo deja dorado, y la niebla lo enmarca, nube callada, cáliz de ausencia, de flor evaporada.
Tiene nombre de Diosa oriental, vestida de rojo con mantos de llamas, revolotea en mis sentidos como una mariposa lejana, con alas de Iris y heridas profanas.
Su recuerdo es mi melancolía, a veces mi furia y otros días mi alegría. Mi musa eterna danza en mi espiral, como un verso encantado de un sueño lunar. Y así va mi pena, con paso triunfal: ella con una sonrisa, y yo, viviendo la nostalgia de un mal celestial.
-Adahí Miranda.