De pie,
frente a su figura inmunda,
habita el ser nigredo,
con olor azufrado
y apariencia insondable.
Me escarba hasta dejarme destruido,
pero me reconstruye
para dejarme exánime,
en las criptas más profundas
de sus garras.
Se vuelve bruma fosfórica,
rocío del clarear noctívago;
bajo su piel trazada con carbón
dibuja pasos hacia una grieta mortecina
que me hace colapsar
en la vorágine,
en la oquedad.
Siento las brasas enfriar mi piel,
ardida por los recuerdos espesos
de una bella tonada,
llamada carátula.
-S.S