liocardo

Que te vaya bonito

 

 

 

 

 

La conocí cuando vivía en Almería. Iba a la biblioteca. La sala de ordenadores es un paso necesario para acceder a la sala de los libros y todos los días estaba allí sentada en las mañanas mirando el Facebook, pero no escribía, sólo leía y observaba las publicaciones.

 

La conocí: Gisleire era una chica que estaba alojada en el albergue. Una chica vulnerable. Ya cuando me cogió más confianza, me preguntaba, José, no tienes un pogito (porque es de Brasil, y tiene ese deje). No, no tengo pogitos, Gis, pero déjame que cojo unos libros y nos vamos a comprar algo.

 

Recuerdo con gracia la primera vez que salimos juntas. Voy con dos tochos de casi mil páginas cada uno, paso por recepción y la mujer de bata blanca, una enchufada que tiene de bibliotecaria lo que yo de homosexual, me mira raro y Gis me pregunta: Pero José, tú lees todo eso? No, es que a final de año dan aquí un premio al mejor lector, así que me los llevo, los tengo guardados un par de días en casa y luego los devuelvo y me llevo otros para ganar el concurso. Y la enterada recepcionista va y dice: no, aquí no damos ningún premio. Ah, entonces no los quiero (y me hago un giro de cientochenta grados con cara de ofendido, para al segundo volver a los trescientosesenta tirarle en el mostrador el carnet de biblioteca), anda, anda, dame mis libros. De allí nos vamos al barrio de Pescadería andando por el paseo marítimo, nos sentamos en una terraza, le pido espera aquí, subo al barrio, veo a un colega y le digo véndeme cinco pavos de eso. Quieres fumar? No, yo no fumo Gis, no me gusta.

 

Así salimos un par de veces; varias veces. Alguna vez la fui a buscar al albergue a primera hora para invitarla a desayunar churros con chocolate, otros encuentros en la biblioteca, la llevo a mi casa (porque esta es otra: el albergue, cuando llega la comida, digamos por ejemplo una paella de mariscos, por la cocina pasan los celadores, los técnicos, psicólogos, trabajadores sociales, etc, y se llenan sus tapers antes de que se sirva la comida, así a los sin techo les dan una palada de arroz amarillo con aroma de marisco; la política es el reflejo del pueblo), le pongo en la mesa jamón serrano curado en especias, salami a la pimienta, queso curado, olivas maceradas, un entrante mientras le preparo al horno unas tajadas de solomillo en un lecho de cebolla con patatas panaderas y una salsa de alioli casera. José, siempre tienes lo mejor. Claro, Gis, eres mi invitada. Y tú no comes? No, ahora mismo no me apetece, come tranquila.

 

Tras la comida la invito a quedarse, que descanse, porque en el albergue comparte habitación con cuatro verduleras callejeras y en mi cama descansa más a gusto. La arropo, le doy un beso en la mejilla, una caricia sutil de pelo tras la oreja… Gis, voy a dar un paseo, quédate todo lo que quieras. Si te despiertas y no he vuelto y te quieres ir, por favor, cierra bien la puerta al salir.

 

Así un par de veces. Salimos a tomar el sol? No Gis, ve tú, a mí el sol no me agrada.

 

Una tarde la estaba acompañando al albergue, íbamos andando y a mitad de camino le pregunto: Gis, si un día no vas a dormir por la noche te dirán algo?. No, por qué?. Te gustaría quedarte conmigo una noche? (que conste que nunca le dije nada, nunca una mala palabra ni un piropo ni un requiebro, era una chica vulnerable y necesitaba amistad; pero es que era linda y me gustaba). Me responde sin mirarme (hubiera aceptado cualquier otra negativa y nada de mis sentimientos hacia ella habrían cambiado): José, eres un machista.

 

Me saltaron todas las alarmas. No le dije ni adiós. Me di media vuelta y la dejé seguir su camino hacia el albergue. A partir de ahí evité sus horarios en la biblioteca y nunca más volvimos a vernos.

 

Unas semanas después estaba leyendo en casa y alguien tocó en la puerta. Sé que era ella. No abrí.