Y tengo que aceptar
que en mi primer beso no estabas,
lo entregué a otros labios,
pero aún así esperé,
esperé por el tuyo,
porque sabía que sería el mejor.
Deseé tantas noches encontrarte
sin saber siquiera que existías.
Cuando llegaste,
tuve al fin una razón para vivir:
descubrí que en ti había algo
que jamás hallé en nadie.
Tus ojos no los volví a mirar,
tus labios no los volví a besar,
tus manos no calentaron las mías,
ni tu cintura fue esculpida
por el cincel de mis manos.
Tu perfume…
no lo hallé en licorerías,
ni en florerías,
ni en perfumerías.
Ni siquiera algo parecido.
Pregunté por tu talla
en las tiendas donde comprabas,
para ver si acaso habías llegado.
No llegaste.
Busqué tu risa un agosto,
cuando las ferias iluminaron la ciudad,
y no,
nadie la escuchó.