No me gustan los puentes,
no porque sean altos ni porque sean cortos,
sino porque cada uno guarda ese silencio en sus barandas.
Se sienten tan solitarios,
como si cargaran sobre sus barandales
los suspiros que nunca llegaron a ser palabras,
las lágrimas que se escondieron detrás de esas palabras.
Los miro con nostalgia,
pero también con pesar,
porque sé que bajo su sombra
descansa los pasos que nunca se volverán a escuchar,
de miradas perdidas en la profundidad del abismo,
de corazones que un día se rindieron
y eligieron saltar.
Y aunque la brisa acaricie el rostro,
aunque el río, la ciudad o el vacío
se muestren hermosos desde lo alto,
yo solo puedo sentir el peso de esas ausencias,
el murmullo invisible de tantas despedidas
que los puentes, silenciosos, decidieron guardar.