Aún siento el fuego
de tus labios,
que aquella mañana,
como novio,
pude saborear
y a tu cuerpo abrazar.
Fueron suaves y tiernos,
trémulos e ingrávidos.
De repente te fuiste
con tu faz sonrojada,
de aquel hito huiste,
quedando mi alma
inhiesta y desolada,
porque volaste,
mi bella amada.
En mi desazón
tu aliento ardiente
quemó mi corazón,
mujer inclemente.
Hoy te recuerdo
y te añoro,
besarte de nuevo
es mi sueño,
mi divino tesoro.