Laura Meyer

Lección de humildad jugando dominó

Inspirado en hechos reales

 

Fue un primero de enero,

en Las Palmas, con sol y son.

Jugaban dominó los del barrio,

entre risas y mucha diversión.

 

Mi esposo me dijo: “anímate”,

y me senté con mente serena.

No importaba el ruido del ambiente,

solo disfrutar de una partida amena.

 

Jairo, mi compañero de juego,

sonreía con gesto sincero,

otros me miraban arrogantes

y hasta con desdén altanero.

 

—“¿Con una mujer? ¡Qué chiste!”

exclamó uno sin consideración.

—“Aquí nadie me vence,

¡y menos ella, por favor!”.

 

Guardé silencio, fui prudente,

preferí defenderme al jugar,

fui lanzando ficha tras ficha,

con firmeza y sin nada que dudar.

 

Ganamos la primera ronda,

y la angustia los hizo callar.

La segunda fue más reñida,

pero tampoco nos pudieron ganar.

 

En la tercera cantamos las cien,

minimizarme fue su condena.

Ellos quedaron con cero pintas,

derrotados y con gran vergüenza.

 

Humillado quedó su orgullo,

víctima de su propia lengua.

Subestimarme fue su error,

y con pena se levantó de la mesa.

 

No grité, no hice alboroto,

ni celebré con gran bullicio.

Pero en sus caras se notaba

que la derrota les causó suplicio.

 

No gané por suerte o capricho,

ni por azar ni por ocasión.

Gané porque juego con convicción,

y no acepto subestimación.

 

Laura Meyer