La partida de un ser amado
conformó la orfandad del alma;
me marchité, luctuosa,
ante su ausencia.
Construí su cenotafio,
muerte digna y silencio
en lo amargo de la tierra.
Desasencia experimento
con su partida yerma,
en una casa vieja,
carcomida por los años,
a punto de venirse abajo.
Mi pecho, convertido en vacancia,
difícil de ocultar
a las miradas inescrupulosas,
a las críticas con aire de juicio.
Mi soledad pétrea, espectral,
espera tu llegada,
inclusive después del trasiego.
-S.S