Me pregunto algunas veces
cuántos versos le harán falta
al poema que mereces
para hacértelo a la carta.
Y a Dios pongo por testigo
que si tuviera una pluma
lo escribiría contigo,
o no sería con ninguna.
Pero el destino es travieso
y me colocó en el centro
de un callejón sin salida
donde vivimos los presos
que solo llevamos dentro
nuestra libertad cosida
con el hilo de los versos
de los relojes que atrasan
cuando el destino te empuja;
son los versos que no pasan
por el ojo de una aguja.
Y voy engañando al hambre
con la miel de las abejas
que succionan los estambres
pagados a tocateja,
malviviendo en los enjambres
que estuvieron entre rejas
hechas con flores de alambres.
Medio cojo y medio tuerto,
indulté a la comadrona
que asistió mi nacimiento.
Hoy sé que estaba en lo cierto,
no yo; la otra persona.
A pesar de ver a medias
y arrastrando estos andares
que por el suelo deformo,
me dejan, sin ortopedias,
entrar en todos los bares,
y con eso me conformo.
Y es la vida un día tras día,
un suma y sigue constante
sin más retos ni utopías,
sin más reloj que el instante
y un carnet de transhumante,
sin declararle la guerra
al sol de cada mañana,
ni tirar por la ventana
mi corazón cuando yerra.
No hay potro que me desmonte
de mi corriente sanguínea,
y le escribo al horizonte
cuando me aparece en línea.