El sello ruge en la mesa
como un dios de caucho ciego,
te pide siempre otro ruego
para alargar la pereza.
Su reino es la sutileza
de perderte en un archivo,
y el expediente cautivo
duerme en gavetas sin fin;
su poder es un festín
de fantasmas sin motivo.
Al fin descubres, cansado,
que el trámite no termina:
es la araña que fascina
con ese hilo enmarañado.
Tu nombre queda atrapado
en papeles que no avanzan,
los sellos bailan, se lanzan
como espectros en tropel;
y el sistema, cruel pastel,
se alimenta de esperanzas.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025