uldarago

La Muchacha de Villa

Fruta recién caída del árbol otoñal
rodaste como una moneda que lleva
la pulpa de los ocotes macerados
cuya miel suave se veía resbalando.

 

Su color cobrizo parecía gritar;
¡Escuincla no quieras antes acelerar,
sin andar primero por el empedrado,
guárdame por ser veterana silueta!

 

Las cosas que hablan así se aman, sin miedo,
corriendo tras la aventurada cintura,
tratando de alcanzar desde la maleza
el lugar que tienen las humildes dueñas.

 

Huiste a donde fueras alguien intocable
queriendo no recordar a la pequeña
que se aferraba a su muñeca de trapo;
Parece un engaño, un retrato roto.

 

Sabes a tu manera de ese reflejo
porque alguien perdido de repente piensa:
¿Qué habrá sido de mi amiga la muchacha?
La locura de tu sombra le contempla.

 

Mientras la rica luz de tu nacimiento
trata de iluminar tu lejana frente
cuando te cubres de un velo nostálgico
a sabiendas que es imposible arroparte.

 

La noche te ve sin querer desvelarte,
aunque busque como converses con ella
sin confirmar lo que intensiva contabas,
lento escurrirá para asomar el día.

 

Tal vez las lágrimas que te brotan cesen
o quizás te mezan y siempre contagien
al trueno, a aquella odisea de tu vida,
pero ese beso que pretendes; ¡Me encuentre!