La ansiedad no es fragilidad,
sino un combate mudo
que arde en el pecho de los invisibles.
Una guerra sin estandartes,
donde la herida no sangra,
pero late como tambor secreto.
Es tempestad,
sí,
pero ninguna tormenta se aferra eternamente al cielo;
las nubes se desgarran,
y tras ellas la claridad se abre paso
como quien regresa del exilio.
Quien carga con ansiedad
aprende el arte del aliento,
la magnitud de un paso mínimo,
la épica de sobrevivir un día más.
Porque no eres tu ansiedad:
eres el pulso que insiste,
la raíz que no se arranca,
la llama que atraviesa la bruma
y en medio del desvelo
aún nombra a la esperanza.