Desde mi baja cítara oye el canto,
preciosa Clara, que de mi garganta
ya se escapan mis múltiples razones
que tengo para amar todo tu encanto.
Aguantándome a mí, ya no me aguanta
el sentido el cerebro, y mis acciones
se sostienen en sones,
que por ser este el día
en que mi amor declaro,
pues eres clara, yo seré, pues, claro
al cantarte mi cálida alegría
y en triste hielo ardiendo,
mis penas voy, de amarte, padeciendo.
Ya que me escuchas, cruel y vanidosa,
ante el viento mis penas entonando
que por ti, Clara hermosa, estoy sufriendo,
puede decir mi voz vertiginosa,
en la crepuscular aurora amando,
la manera en que veo que estoy viendo
cómo tú vas riendo,
viendo en todos lugares,
ya por tierra o por cielo,
la manera en que sufro con mi celo
tu codicia precoz, que en mis pesares
esconde tu hermosura
cuando miro a través de tu figura.
¡Cuánto dolor en esta corta vida!
Marinero, soy náufrago en amarte;
¿he de vivir llorando a tu belleza?
¿No estás de mi pesar compadecida?
¿No ves cómo mi pecho se me parte?
¿Para corto vivir larga tristeza?
¡Oh! ¡Cuánta es la crudeza
con la que tú me tratas,
pues oyendo mis quejas
hablando en solitario tú me dejas
y, dejándome solo, me maltratas!
¿Vale vivir llorando
si mi amor de verdad vas ignorando?
Canción, llega a mi Clara
y repite en su cara que la adoro,
que su olor y belleza yo atesoro
y por atesorarla
en soledad, no puedo yo mirarla.
Canción, dile que ardo,
y que escuche el cantar de su Lisardo.