LOURDES TARRATS

Troya

Troya

Por el desliz de Helena ardieron mil barcos al alba,
y el mar se volvió testigo de hombres que no volverían.
Por el desliz de Helena,
las lanzas soñaron con carne,
y los dioses, ebrios de orgullo,
apostaron con vidas humanas.

El silencio de Helena era un himno
que solo Paris entendía.
¿Fue amor?
¿Fue hechizo?
¿Fue fuga?

Por el desliz de Helena, Troya ardió.
Y no fue porque ella era reina.
Ni por ser bella.
Sino por ser mujer.
Una mujer de compromiso.

Entonces apareció Paris,
con ojos que no pedían permiso
y palabras que no hablaban de deber,
sino de deseo.

Los dioses se enfurecieron.
Porque los amantes no cumplieron las reglas.

¿Y qué es un desliz,
sino el instante en que el alma
se atreve a hablar más alto que el deber?

¿No es el amor también una forma de verdad,
aunque no encaje en los templos
ni en los pactos de los hombres?

Troya ardió.
Troya ardió.
Y entre cenizas y ruinas,
todavía resuena su nombre
como murmullo que no pide perdón.

…Y Troya ardió
por el desliz de Helena.
Su fallo no fue el de ser reina,
ni por ser bella,
sino por ser mujer.

— L.T.