Sombra de rascacielos,
quinta avenida que no es tuya.
El asfalto quema,
el eco de un blues
se enreda en la acera.
En Harlem, el sol
se asoma entre ladrillos,
y las ventanas,
ojos abiertos,
miran pasar la vida.
Las canastas de baloncesto
son árboles sin hojas.
El humo de los coches
es la niebla del río,
que ya no existe.
En el mercado,
el olor a especias
y a mango fresco,
es un oasis
en el desierto de cemento.
Los niños juegan a la rayuela
en un lienzo
de líneas y tiza.
Sus risas son pájaros
que vuelan sin miedo.
Harlem,
barrio de almas libres.
Sus costumbres,
un canto a la tierra,
que florece entre el gris.