El cielo se desangra en silencios imposibles,
sus nubes, manchas de un azul que agoniza,
y cada rayo de luz que alguna vez existió
se disuelve en la amargura de lo eterno.
Las estrellas lloran su propia memoria,
llamas que se quiebran en la vastedad del olvido,
y la luna, espejo de secretos olvidados,
gime en el horizonte de un mundo que se rompe.
El viento trae ecos de un tiempo que nunca fue,
susurra verdades que queman más que el fuego,
y los ángeles caídos caminan entre sombras,
sus alas teñidas de lo que nunca pudieron salvar.
El cielo corrompido grita en mi pecho,
su desesperación es un espejo del mío,
y sin embargo, en esa noche infinita,
una chispa se atreve a desafiar la oscuridad.
Porque incluso en la corrupción absoluta,
donde todo se rompe y todo se pierde,
hay un hilo de luz que se niega a morir,
un latido de esperanza en medio del abismo.
Y así, aunque el cielo esté corrompido,
y la eternidad parezca vacía y cruel,
mi alma aún recuerda que volar es posible,
que aún en la destrucción, florece lo que somos.