Albin Lainez

fragmentación

 

 

Sentí la cabeza embotada al despertar. Raro, anoche no ingerí bebidas con alcohol, ni fumé más de lo habitual, siendo esas las causas de mis malestares esporádicos por las mañanas. Habitualmente, vuelvo en mí con renovada alegría por la nueva jornada en ciernes, al comprobar que no hube desconectado la conexión vital mientras el sueño vulnera hasta las defensas automáticas. Reflexiono que en ocasiones, escenas de violencia inaudita o de terror, durante el letargo,  han desencadenado un ambiguo recelo en mi ánimo, acompañado de mareos leves que afectan el equilibrio y desarticulan el habla. Como vivo solo en un monoambiente frente a la plaza Mitre, no tengo que dar explicaciones, ni justificar mis variables estados anímicos. Entonces, semi aturdido, me visto con lo primero que encuentro y voy hacia donde guardo el calentador, con la intención de preparar un desayuno reconstituyente, compuesto de mate amargo y galletitas de agua untadas con manteca porque la miel se fue a las nubes. Pero, en el trayecto rutinario encuentro el primer indicio de que las cosas no sincronizan (pausa de miedo, de alzheimer, de por fin estoy jodido). La puerta de la pieza falta de su sitio, ahora se halla en la pared lateral, donde hasta ayer se ubicó la cabecera de la cama, que brilla por su ausencia. Intuyo que dormí sobre la alfombra, pues encuentro colchas y frazadas esparcidas por el suelo; ¿what´s on? gesticula el john wayne que guardo acá desde pibe, yo sigo una práctica estricta para convivirme y su primer mandamiento es mantener el orden de la casa a rajatabla.

El estómago, ajeno a las circunstancias, clama por ingesta, así que, barruntando especulaciones y coordenadas, me aplico a la preparación del tentempié. Una premonición me asalta: ¿y si este es el día de mi paso al otro plano?, quizás la muerte consista en un pasaje indoloro e inconsciente hacia el mundo paralelo, llámese limbo, purgatorio, o como quiera, y todo permanece casi igual, pequeños detalles indican ese salto al vacío aunque uno quiera ignorarlo. Pero, ¿si he fenecido, porqué el mate me sabe tan gustoso, y las galletas vienen a llenar un vacío físico, de notable consistencia?. En esas reflexiones me sumía, cuando el ruido de la cadena del baño alertó mi atención. (¿Hay alguien más en el depto.?). -¡Eh!, ¿¡quién anda ahí!?-, inquirí en un tono que no dejaba dudas sobre mi enfado. Se abre, con cautela, la puerta del reservado, y asoma la cabeza un hombre a medio hacer, sorprendentemente parecido a mí cuando me doy una ducha. Mira en torno, sin registrar mi presencia, y vuelve a entrar para afeitarse, lo sé pues yo en su lugar hubiera hecho lo mismo. Me levanto para increparlo, no voy a permitir que un desconocido haga uso indiscriminado de mi brocha y efectos de uso personal, un poco de respeto che. Pero, en primer término compruebo que aquella voz cantarina por la que se me reconoce a la hora del karaoke, no logra articular ni una puteada. Luego, el detalle de los pies, del jean, de las medias a cuadros, diluyéndose en cenicienta huella a medida que camino me dan la pauta de que estoy en trance de desaparición, o todavía implicado en malos sueños donde puedo encarnar a un bonzo de oriente petrolero o esclavo zulú y porqué no al desfalleciente a punto de cesar. Me vuelco a esta última opción, vaya Ud a saber porqué.

-¡Y claro!, me conformo con el resto de conciencia que resta, -ya pasaron cinco años del último ciclo. Mi cuerpo ha mutado completamente. Somos como el río, que nunca vuelve a su forma primigenia. Así es la vida del mortal a todo o nada. ¿Habrá un después?, ¿pasaré el exámen de admición al reino prometido?-

Al salir del baño, afeitado y con fragante aroma a pachuli onda 70´s, encontré rastros de ceniza sobre la alfombra, (mmmh, ya es hora de llamar al service), discurrí mientras ensillaba el mate que dejé por la mitad no me acuerdo cuando

 

Arlane